Tsunami africano
El tsunami político que arrasó con los gobiernos de Túnez y Egipto sacude ahora a Libia con cruentas manifestaciones contra el presidente Muamar el Gadafi, reprimidas por el Ejército con saldo de más de 200 muertos.
Ya antes las multitudes obligaron a renunciar al presidente tunecino Zine al-abidine Ben Ali y al mandatario egipcio Hosni Mubarak, mientras tienen sus barbas en remojo los jefes de Estado de Argelia, Marruecos, Jordania, Arabia Saudita y otros del Poniente Africano y de Oriente Próximo.
El régimen de Gadafi intentó ahogar en sangre las manifestaciones que reclaman el fin de su régimen de 40 años, pero la masacre de la víspera provocó mayor indignación en la ciudadanía, lo que ha colocado a Libia en una situación de virtual guerra civil, según admitió ayer el hijo del mandatario, en un discurso por televisión.
La extendida situación de inestabilidad y violencia en África y Oriente, que incluye una revuelta policial en Marruecos, con saldo de cinco muertos y 128 heridos, ha causado sorpresa y alarma en Estados Unidos y Europa, que no encuentran fórmulas para extinguir el fuego en la pradera del mundo árabe.
Los reclamos por mayor apertura democrática en Marruecos, Argelia, Libia, Egipto, Túnez, Jordania, Yemen, Arabia Saudita y Siria constituyen un dolor de cabeza para las economías de Occidente, que se sustentan en la explotación de petróleo, gas natural y minerales que abundan en la zona.
La crisis de Libia cambia radicalmente el panorama en el Magred y Oriente Próximo, pues el dictador Gadafi ha provocado un baño de sangre para tratar de impedir el avance de las multitudes que reclaman su renuncia.
Contrario a Túnez y Egipto, donde no se usó la fuerza militar de manera desproporcionada, en Trípoli el Ejército ha reprimido a la población con saldo de centenares de muertos.
Nunca antes, el mundo árabe había sido sacudido por colosales manifestaciones en reclamo de libertades públicas y derechos individuales, que escenifican también en Irán.
Los efectos inmediatos del tsunami africano se expresan en nuevas alzas de precios en el petróleo y metales, aunque las consecuencias globales de esa crisis todavía son impredecibles.
Sirva ese dramático cuadro de insurrección popular como espejo en este traspatio, donde mantener un régimen de democracia política, aun deficiente, ha costado sangre, sudor y lágrimas.
Ya antes las multitudes obligaron a renunciar al presidente tunecino Zine al-abidine Ben Ali y al mandatario egipcio Hosni Mubarak, mientras tienen sus barbas en remojo los jefes de Estado de Argelia, Marruecos, Jordania, Arabia Saudita y otros del Poniente Africano y de Oriente Próximo.
El régimen de Gadafi intentó ahogar en sangre las manifestaciones que reclaman el fin de su régimen de 40 años, pero la masacre de la víspera provocó mayor indignación en la ciudadanía, lo que ha colocado a Libia en una situación de virtual guerra civil, según admitió ayer el hijo del mandatario, en un discurso por televisión.
La extendida situación de inestabilidad y violencia en África y Oriente, que incluye una revuelta policial en Marruecos, con saldo de cinco muertos y 128 heridos, ha causado sorpresa y alarma en Estados Unidos y Europa, que no encuentran fórmulas para extinguir el fuego en la pradera del mundo árabe.
Los reclamos por mayor apertura democrática en Marruecos, Argelia, Libia, Egipto, Túnez, Jordania, Yemen, Arabia Saudita y Siria constituyen un dolor de cabeza para las economías de Occidente, que se sustentan en la explotación de petróleo, gas natural y minerales que abundan en la zona.
La crisis de Libia cambia radicalmente el panorama en el Magred y Oriente Próximo, pues el dictador Gadafi ha provocado un baño de sangre para tratar de impedir el avance de las multitudes que reclaman su renuncia.
Contrario a Túnez y Egipto, donde no se usó la fuerza militar de manera desproporcionada, en Trípoli el Ejército ha reprimido a la población con saldo de centenares de muertos.
Nunca antes, el mundo árabe había sido sacudido por colosales manifestaciones en reclamo de libertades públicas y derechos individuales, que escenifican también en Irán.
Los efectos inmediatos del tsunami africano se expresan en nuevas alzas de precios en el petróleo y metales, aunque las consecuencias globales de esa crisis todavía son impredecibles.
Sirva ese dramático cuadro de insurrección popular como espejo en este traspatio, donde mantener un régimen de democracia política, aun deficiente, ha costado sangre, sudor y lágrimas.
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